Muchas veces oímos quejas y comentarios displicentes relacionados con la expansión del fenómeno de los nacionalismos excluyentes en distintos lugares del planeta. ¿Cuáles son las causas de esta peligrosa tendencia sociológica? ¿Cuáles podrían ser sus «antídotos», si es que los hay?.
Para entender esta realidad debemos situarnos en el contexto de la globalización capitalista neoliberal que pretende embarcarnos a todos en la «ensoñación» de la libre competencia universal, bajo una supuesta igualdad de condiciones, para la captación de «valor» (es decir, para la acumulación de dividendos, beneficios y capitales a cualquier precio). En este contexto, y bajo la ideología de la desregulación y el «sálvese quien pueda», la estrategia es clara: Bajada de impuestos. Así aparece la doctrina, más o menos encubierta, de «fabrique un paraíso fiscal en su territorio y hágase rico». Suiza, Mónaco, Liechtenstein… supieron leer perfectamente esta realidad creando sus estados y principados bajo estas premisas con unos resultados de éxito increíblemente espectaculares. El modelo estaba servido y no tardó demasiado en ser copiado por otros muchos. La atracción de capitales mediante la creación de chiringuitos fiscales ha resultado ser el negocio más exitoso de los últimos siglos y se constituye en el caldo del cultivo perfecto para la generación de élites locales de caciques, príncipes, virreyes y mini-emperadores que se erigen en guardianes de la riqueza y «derechos históricos adquiridos» en sus territorios. Excitado en su egoísmo el pueblo los aclama, uniéndose a ellos como una piña, para evitar la llegada de los «otros», los «de fuera», los que «vienen a robarnos lo que es nuestro».
Este ecuación, exención de impuestos->atracción de capitales->creación de élites locales=afloramiento de partidos xenófobos, la hemos vista repetida en miles de ocasiones.
El mejor antídoto contra los nacionalismos excluyentes sería la armonización fiscal a escala planetaria. Ningún lugar del mundo con impuestos inferiores al 40% ni mayores del 50%. Los países más pobres tendrían derecho a situarse en la franja baja de la horquilla (40-45) para atraer más inversiones y los más ricos en la franja superior. Con esta receta, el fenómeno en cuestión se iría desinflando como un globo pinchado.