Las leyes del mercado, recogidas en el estado español, dictan que la propiedad intelectual se extiende durante toda la vida del individuo que ha registrado una obra como propia más los 70 años posteriores a su muerte. Este dictamen se inscribe dentro de un contexto de pensamiento que pretende presentarse a si mismo como algo natural, lógico, indiscutible e inevitable. Sin embargo basta pensar durante unos segundos para comprender que sólo se trata de una arbitrariedad con un sustrato claramente ideológico y completamente revatible y modificable. ¿Por qué 70 años después de la muerte del registrador y no 20 ó 40? ¿Por qué este privilegio debe extenderse a generaciones posteriores y no expirar con la muerte del registrador? ¿Por qué, tan siquiera, debe existir esta restricción a la libertad para el disfrute de una obra mientras viva el supuesto creador y no romper las cadenas para su uso tras pasar, pongamos por caso, 10 años tras el momento del registro de la obra?. Puros acuerdos que en nada se parecen a una ley natural. La sociedad tiene derecho a participar en este debate, a opinar, a decidir y a establecer un nuevo contrato mediante referendum llegado el caso. Esa es la democracia, esa es la libertad, ese es el progreso.
Y si alguien quiere asustarnos con la idea de que esto supondría un freno para la generación del arte y el conocimiento que no se apure: El proceso creativo es consustancial e intrínseco al ser humano y su desarrollo es algo infinitamente más grande que la prisión que el capital ha creado para encerrarlo.