Mercado, precios y democracia.

Una de las grandes mentiras que el sistema predica con sus megáfonos es que la fijación de precios mediante un mercado abierto es un mecanismo justo y democrático para regular la economía. Detrás de esta simple y aparentemente inofensiva afirmación se esconde una ideología altamente nociva para el bien común. Supongamos que, a una fecha concreta, el mercado dispone en origen de 1.000.000 de unidades de un producto determinado, llamemosle botellas de aceite de oliva virgen, a un precio medio de referencia de 1 euro la unidad. Ese precio inicial,  calculado para mantener una rentabilidad mínima que haga viable la actividad, sería una referencia para los agricultores. Se realiza una subasta del aceite en el libre mercado de la distribución y  un grupo reducido de 3 operadores intermediarios consigue hacerse con la mayoría de las botellas. Acto seguido almacenan el aceite adquirido en sus inmensas naves para, a partir de aquí, diseñar  su estrategia de negocio en tres  fases:

En la primera fase ponen a la venta un primer lote de unidades de manera dosificada, fijando un precio final de 3 euros la botella.  El consumidor, ante la oferta restringida, compra a 3 euros.  (Primera fase, «puñalada al consumidor»)

La segunda fase de la operación se produce después de haber vendido más de la mitad de las botellas. La inversión inicial ya ha sido recuperada con creces y ahora llega el momento de la bajada, la «gran oferta». Los operadores sacan ahora todas las botellas restantes (pongamos un tercio de las inicialmente adquiridas) al mercado a un precio de 90 céntimos. Los mercaderes se permiten el lujo de perder 10 céntimos por botella durante esta fase pero el negocio rueda a la perfección. La gran oferta  atraerá a sus tiendas a muchos consumidores, que abandonan progresivamente la pequeña tienda de barrio, volviendo a obtener una segunda oleada de ganancias en la operación mediante la venta, «por arrastre», de otros productos. (Segunda fase: «puñalada al pequeño comercio»).

Cuando el mercado vuelva a subastar un nuevo millón de botellas el precio de referencia ya no será de 1 euro, sino de 90 céntimos. Ha sido el último precio de venta al público. Los grandes operadores aducirán que el consumidor final se ha acostumbrado a ese precio y que ya no comprará aceite si lo sacan más caro. Pero los 90 céntimos están ya por debajo del umbral de rentabilidad del productor que trabaja prácticamente por nada, viéndose obligado a pagar sueldos de miseria a los jornaleros si no quiere entrar en quiebra irremediable. Es la tercera fase, el remate final, la gran estocada. (Tercera fase: «puñalada al productor y al jornalero»). Acto seguido el juego volverá a comenzar pero el tornillo del garrote habrá dado otro pequeño giro maś sobre el cuello de los agricultores, los jornaleros y los pequeños comerciantes.

Las grandes superficies vampirizan el beneficio a base de succionárselo a todos los demás eslabones de la cadena de producción-consumo. La fijación de precios es profundamente antidemocrática ya que 3 operadores han conseguido imponer su precio (el que en cada momento les ha convenido) a cientos de productores y a decenas de miles de consumidores, destruyendo por el camino a multitud de pequeños comerciantes que no pueden almacenar tantas botellas y no pueden competir contra las grandes ofertas que se realizan incluso por debajo del precio de costo (dumping). El beneficio de estos operadores, que a su vez controlan el mercado de otros 1000 productos más, se construye sobre la puñalada traicionera al consumidor, el hundimieno del productor,  la explotación del jornalero y la destrucción del pequeño comerciante.El capital de los grandes mercaderes les ha permitido jugar con todos nosotros. Es la democracia capitalista, en donde 3 mandan y 30 millones obedecen.

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