Vivimos en tiempos de incertidumbres y crisis existenciales. Las grandes masas ciudadanas no consiguen visualizar una alternativa al sistema ideológico que nos envuelve. Sin embargo hay certezas que se perciben de una forma difícilmente cuestionable: el descrédito de los partidos políticos tradicionales, la insalubridad casi venenosa del medio ambiente, la escasa o nula trascendencia de la opinión del pueblo en las grandes decisiones internacionales, la irrelevancia de las leyes para controlar la conducta criminal de los grandes lobbys de poder, la hipnosis colectiva a la que estamos sometidos desde los mass-media, la propia insostenibilidad del sistema en el medio-largo plazo. Las descomunales contradicciones del capitalismo globalizado son cada vez más difíciles de ocultar por mucho que el problema no quiera somerterse al escrutinio público y prefiera encerrarse bajo mil candados en el inconsciente colectivo. De manera muy esquemática podríamos explicitar lo que, implícitamente, todo el mundo es capaz de comprender:
* La necesidad permanente de «crecimiento económico», tal como lo entiende la ideología capitalista, choca contra la expansión de los derechos laborales e incluso de las libertades democráticas: Esta cuestión puede visualizarse con gran nitidez en la China actual. Todo el mundo puede intuir que una China democrática, con unos derechos laborales mínimamente dignos no crecería al 10% anual. La locomotora de la economía mundial puede seguir tirando mientras el régimen político siga en los parámetros totalitarios actuales. Es precisamente la estabilidad de este fasciocapitalismo represivo el que garantiza el beneficio del inversor que decide apostar por China. Dicho en otras palabras, la Democracia está reñida con el crecimiento económico y los «derechos del inversionista». Por supuesto esta inmensa paradoja puede ser aplicada a Indonesia, Filipinas, Pakistán, Egipto o cualquier otro país.
* La necesidad permanente de «crecimiento económico», tal como lo entiende la ideología capitalista, choca contra los límites físicos de la biosfera: La cantidad de agua dulce disponible, petróleo, recursos marinos y en general cualquier materia prima existente en nuestro planeta es limitada. Todo el mundo puede entender como el crecimiento perpétuo en un entorno finito es completamente inviable.
* El desarrollo de la lógica capitalista acumula cada vez más cantidad de poder y riqueza en cada vez menos manos: Es un hecho completamente constatable como la distancia entre ricos y pobres cada vez es mayor, como cada vez los beneficios se concentran más mientras los costes se lanzan a las espaldas de las mayorías.
* La merma de salarios, derechos laborales o servicios públicos termina por constreñir la propia demanda consumista de los trabajadores, progresivamente incapacitados para afrontar nuevos gastos y contraer nuevos créditos. La aplicación de los fundamentos capitalistas de incremento de beneficios para las empresas a base de ajustes en el gasto público y en las condiciones de vida de los trabajadores termina por generar parálisis en el propio sistema en forma de crisis cada vez más agudas, profundas y recurrentes.
El sistema, encerrado en su propio autismo e impotencia para solucionar estas insalvables paradojas, se aferra a viejos conceptos económicos ya decrépitos acuñados por economistas que jamás pudieron aportar evidencia empírica en apoyo de sus fantásticas teorías tales como el «fin de la Historia», la «ventaja comparativa» o la «mano invisible» que se vendieron, en su momento, como garantías universales de reparto justo, democracia y estabilidad social. Ni siquiera en los países ricos esta ideología tiene ya nada que ofrecer al pueblo, excepto la disyuntiva entre deuda galopante o paro masivo con merma de derechos laborales y salarios.