
Humanismo Socialista Libertario, filosofía teórica y pensamiento práctico siempre actual
Evidentemente no inventamos nada nuevo. Ni los movimientos altermundistas, ni el Foro Social Mundial, ni las actuales corrientes de indignados en todo el mundo pueden entenderse sin acudir a estas fuentes. Autores de la talla de Ernst Bloch, Erich Fromm o incluso Bertrand Russell ya mostraron en el pasado siglo XX su adhesión a esta filosofía política, tanto desde el punto de vista de la elaboración teórica como desde el de sus sus concretas opciones vitales. Su apuesta histórica por el socialismo no autoritario sirve como denuncia de las estrecheces y las imposturas del pensamiento liberal y ensanchan enormemente el concepto de libertad para recordarnos que no es libertad de propiedad lo que la sociedad necesita, sino libertad respecto a la propiedad; no es libertad de comercio, lo que la sociedad necesita, sino libertad respecto a la jungla del lucro, no es emancipación del individuo egoísta respecto a la sociedad feudal, sino libertad de la humanidad respecto a cualquier forma de opresión ejercida por una clase social, élite o casta que pretenda dominarla.
La concisa Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, de 1789, abrió la puerta a todas las constituciones liberales escritas hasta la fecha. En ella podían apreciarse 4 ejes básicos, enumerados en su artículo II: «La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión». Sin embargo, más de dos siglos después, puede apreciarse con claridad que el único de los 4 derechos básicos realmente desarrollado de manera inviolable y sagrada ha sido el derecho a la propiedad privada, en detrimento de los otros tres. Ese es todo el núcleo del liberalismo realmente existente, quedando todos los demás principios, artículos y postulados como elementos meramente ornamentales y decorativos, con un peso político completamente accesorio y siempre subordinado al dogma teocrático de la propiedad privada. Diecisiete artículos que supusieron un bello fraude ya que todo quedaba reducido a la mitad de uno solo entre todos ellos, el único importante, el artículo final.
Esta es la gran impostura denunciada por el humanismo socialista libertario: El liberalismo ha mutilado sus propios principios, convirtiéndose en una trampa tautológica que en último extremo se refugia en vacías apelaciones a la ley, una ley escrita siempre a medida de las propias oligarquías que defienden a muerte su propia acumulación de propiedad privada creciente e ilimitada, convirtiendo en papel mojado el resto de los derechos que ellos mismos proclamaron de una manera completamente hipócrita. Este es todo su legado. No existe actualmente libertad política efectiva (como nos recuerda acertadamente el movimiento mundial de los indignados), no existe actualmente derecho efectivo a la propia seguridad y, por supuesto, se niega sistemáticamente por vía policial y legislativa el derecho de resistencia a la opresión. La conclusión no puede ser otra que la evidencia absoluta del fraude fundacional del pensamiento y la práctica del liberalismo, fraude que se repite una y otra vez cada vez que una nueva constitución neoliberal es promulgada o reforzada en algún lugar del mundo, como ha sucedido recientemente en el estado español.
Un ejemplo práctico de lo que supone el Humanismo socialista libertario fue desarrollado, nada menos que en 1935, por el reconocido filósofo, matemático y premio Nobel de literatura Bertrand Russell. A pesar de los muchos años transcurridos sus puntos de vista sobre la conveniencia del reparto del trabajo en un mundo progresivamente tecnificado son de plena actualidad:
El concepto de deber, en términos históricos, ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés. Por supuesto, los poseedores del poder ocultan este hecho aún ante sí mismos, y se las arreglan para creer que sus intereses son idénticos a los más grandes intereses de la humanidad […] Ésta es la moral del estado esclavista, aplicada en circunstancias completamente distintas de aquellas en las que surgió. No es de extrañar que el resultado haya sido desastroso. Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando—digamos—ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final la mitad de los hombres están absolutamente ociosos y sin ingresos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?. (Tomado del «Elogio de la ociosidad«)
El humanismo socialista defiende la libertad individual y colectiva del ser humano para diseñar su propio destino, en respeto y equilibro con la naturaleza, frente a la justificación de la opresión y la explotación inherente a otras ideologías. Su método de análisis es el pensamiento dialéctico, frente a los estrechos límites del mecanicismo cartesiano, la creencia en la dignidad y capacidad de decisión de la persona, frente a planteamientos deterministas y la preferencia por la racionalidad del socialismo libertario frente a la irracionalidad del capitalismo ecocida. Promueve principios fuertemente anclados en la ética y en la lógica tales como que el sacrificio de un pueblo en beneficio de los acreedores no es algo que los gobernantes puedan decidir por si solos, especialmente si ellos no sacrifican nada. La meta de cualquier sociedad no puede ser el productivismo y el consumo material sino el pleno desarrollo consciente y responsable del ser humano que supera su alienación y alcanza su óptimo nivel de desarrollo a través del libre trabajo asociado y autogestionado. Ayer, hoy, mañana, siempre… puro sentido común.
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