En una entrada anterior comentamos la necesidad inaplazable de construir un nuevo marco de pensamiento que supere la visión decimonónica de la economía basada en la idea de la conquista de un «mundo vacío» que debe ser dominado y explotado por el hombre hacia un planteamiento de «mundo lleno» que debe ser conservado y mejorado con citerios de racionalidad, partiendo del conocimiento profundo de su funcionamiento y de sus límites.
Ante la encrucijada actual de la crisis sistémica se enumeraban cinco problemas y cinco vías de solución:
El diseño de un futuro sostenible pasa por cambiar las antiguas preguntas (pensadas por Locke, Smith, Benthan, Mill o incluso Marx en un contexto histórico-filosófico de “mundo vacío”, propio de los siglos XVIII y XIX) por nuevas preguntas, adaptadas al muy diferente contexto actual de “mundo lleno”. Solo así podremos hallar las respuestas apropiadas a la realidad presente del siglo XXI. Las nuevas preguntas deben ser articuladas dentro de los principios que nos permitirán afrontar los cinco grandes problemas formulados anteriormente, que pasamos a analizar:
1. Principio de gestión racional de la demanda:
Ante el “problema de escala”, es decir, de haber “llenado” el mundo de personas y de objetos artificiales, la pregunta ahora ya no es “¿cómo satisfacer una demanda de recursos naturales siempre en aumento?”, sino más bien: ¿cuáles son los límites biosféricos en lo que se refiere a fuentes –de recursos naturales y energía— y a sumideros –de residuos y contaminación–, y cómo ajustamos el impacto humano de manera que permanezcamos dentro de esos límites?. Como se ve, la inversión de perspectiva es completa: en un “mundo lleno”, la idea de soberanía del consumidor es anacrónica. En lugar de ello, los poderes públicos democráticos deben diseñar estrategias de gestión racional de la demanda en campos tan diversos como consumo de energía, consumo de agua, transportes, consumo de carne y pescado, uso de recursos minerales, etc., para no superar los límites de sustentabilidad. El término “racionamiento” aún asusta porque nos remite a momentos históricos de miseria y guerra. Sin embargo un afrontamiento responsable de nuestro presente y nuestro futuro nos coloca inevitablemente ante la idea de autorregulación individual y colectiva, o de limitación cuantitativa en aspectos tales como población, tecnología, prácticas sociales, acumulación de posesiones materiales de uso individual y, en general, imaginario cultural sobre qué entendemos por “vida buena”. Lejos de hallarnos ante los problemas “ingenieriles” de conseguir siempre más agua, energía, alimentos, sistemas de eliminación de residuos, etc., en realidad tenemos sobre todo que resolver problemas filosóficos, políticos y económicos que se refieren a la autogestión colectiva de las necesidades y los medios para su satisfacción. En un “mundo lleno”, no se trata ya de un (imposible) aumento indefinido de la oferta, sino de gestionar de manera global, equilibrada, racional y equitativa la demanda.
2. Principio de Biomímesis:
El cambio de pregunta aquí iría desde el ¿Cómo dar solución a una determinada necesidad humana de manera que sea susceptible de generar un rédito monetario? a ¿Cómo la naturaleza y los ecosistemas darían solución a este problema?. Esta nueva perspectiva nos ayudará a afrontar el «problema de diseño» de nuestro actual sistema sociopolítico. Desde hace decenios, ecólogos como Ramón Margalef, H. T. Odum o Barry Commoner han propuesto que la economía humana debería imitar la “economía natural” de los ecosistemas. El concepto de biomímesis hace referencia a esta idea de imitar a la naturaleza a la hora de reconstruir los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biosfera. No es que exista ninguna agricultura, industria o economía “natural” sino que, al tener que reintegrar la tecnosfera en la biosfera, el hecho de estudiar cómo funciona la segunda nos orientará sobre el tipo de cambios que necesita la primera. La biomímesis es pues una estrategia de reinserción de los sistemas humanos dentro de los sistemas naturales. Estos sistemas, orientados siempre a la compensación de los desequilibrios, podrían describirse en base a diez propiedades básicas:
1. Funcionan a partir de la luz solar. + 2. Usan solamente la energía imprescindible. + 3. Adecúan forma y función. + 4. Lo reciclan todo. + 5. Recompensan la cooperación. + 6. Acumulan diversidad. + 7. Contrarrestan los excesos desde el interior. + 8. Utilizan la fuerza de los límites. + 9. Aprenden de su contexto. + 10. Cuidan de las generaciones futuras.
Y la naturaleza es la única empresa que nunca ha quebrado en sus 4.000 millones de años de existencia . Esta empresa se basa en un tipo de “economía” cíclica, totalmente renovable y autorreproductiva, sin residuos, y cuya fuente de energía es inagotable en términos humanos: la energía solar en sus diversas manifestaciones (que incluye, por ejemplo, el viento y las olas). En esta economía cíclica natural cada residuo de un proceso se convierte en la materia prima de otro: los ciclos se cierran. Por el contrario, la economía industrial capitalista desarrollada en los últimos dos siglos, considerada en relación con los flujos de materia y de energía, es de ejecución lineal: los recursos quedan desconectados de los residuos, los ciclos no se cierran. No se trata de que lo natural supere moral o metafísicamente a lo artificial: es que exhibe un funcionamiento más ajustado a los límites de la realidad porque lleva bastante más tiempo de rodaje.
(Basado en ¿Cómo cambiar hacia sociedades sostenibles? Reflexiones sobre biomímesis y autolimitación. de Jorge Riechmann.)
[Continúa y finaliza aquí: ¿Cómo cambiar hacia sociedades sostenibles? (y IV)]
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