¿Quiénes son los violentos?: Queremos saber
Capitalismo o el cortocircuito de la ética
Recientemente el gobierno de España ha perpetrado un brutal ataque al concepto de Justicia Universal. Alegan, utilizando para ello los habituales eufemismos, que el pragmatismo de los intereses monetarios es incompatible con la persecución de los delitos cometidos por los poderosos. Es lo mismo que dicen cuando conceden obscenas aministias fiscales a los defraudadores, perdonan impuestos a empresas corruptas o silencian a inspectores honestos. También pudimos contemplar no hace muchas fechas como se disparaba munición policial contra personas indefensas que intentaban nadar en dirección a una playa española con resultado de numerosos fallecidos. Se trató de una nueva forma de terrorismo de estado pero en su defensa alegaron, utilizando sus habituales fórmulas retóricas, que los intereses que ellos representan no pueden tolerar que personas miserables pongan en peligro la seguridad de la bandera rojigualda. Una tercera parada en este via crucis, algo más alejada ya en el tiempo, podría ser la reforma express de la constitución española para garantizar el cobro a los usureros por encima de cualquier otra consideración relacionada con la vida de los súbditos, restaurando así por la vía de los hechos el feudalismo propio de la edad media, ahora en su versión financiera. Se alegaba para ello que los intereses monetarios de los grandes acumuladores de capital deben prevalecer sobre cualquier otro tipo de consideración humana. Estas escenas cotidianas, junto a otras muchas que podrían ser enumeradas, nos dibujan un panorama en el que la ética queda completamente cortocircuitada en virtud de la ideología capitalista.
La posibilidad de que los ricos puedan seguir siempre enriqueciéndose de manera despiadada e ilimitada pone de rodillas a la ética, a los derechos humanos, al bien común y a la propia supervivencia de las personas llegado un momento de dificultad material. En este contexto la democracia llega a convertirse en un gran obstáculo para el avance del engrandecimiento económico de las élites. La tentación de echar las culpas sobre los fusibles del sistema, políticos gobernantes sin escrúpulos, no debe hacernos perder de vista que el problema no está en ellos sino en las propias reglas del capitalismo, de sus principios sacrosantos y en la filosofía inherente a los mismos, comenzando por esa mentira criminal que inoculan de manera goebeliana de que la búsqueda insaciable del interés privado e individual de cada persona terminará traduciéndose en un bienestar colectivo para la humanidad. El enorme grado de difusión de este dogma es también imprescindible para entender porque existe una corrupción estructual en las clases política-empresariales de casi todos los países de nuestro entorno, con desfalcos, fraudes y expolios de incanculable cuantía. Sencillamente los corruptos no tienen conciencia de que estén haciendo nada malo. Solo intentan conseguir tanto beneficio, riqueza y privilegio como pueden y les permiten, dando cumplimiento a la máxima principal de la ideología que entroniza al capital como dios del universo. Es por ello que capitalismo y corrupción protagonizan una ardiente historia de amor. Mientras no consigamos cambiar las reglas el resultado final siempre terminará siendo el mismo, por mucho que cambiemos a los capataces de la finca. Por ello se hace indispensable la puesta en funcionamiento de un nuevo conjunto de principios rectores para la vida, la sociedad y la economía, inaugurando un nuevo tiempo, una nueva cultura y un nuevo centro político. Ese nuevo centro político en España puede estar comenzando a tomar cuerpo en iniciativas transversales como los foros sociales, el 15M-occupy o las plataformas de afectados por la hipoteca entre otras muchas o en el campo electoral con propuestas conjuntas como las del PartidoX, Equo, Podemos u otras similares. Pero, no lo olvidemos, el cambio nunca podrá consistir en un reemplazo de capataces sino en la transformación de los principios rectores de la sociedad y del conjunto de reglas que posibilitan y determinan las relaciones entre las personas.
El partido del hombre común
(Tomado de esta entrada del activista alterglobalizador Boaventura de Sousa Santos)
Escribo esta crónica sobre la India, en donde he estado en las últimas tres semanas. En la década pasada, la India fue arrasada por el mismo modelo de desarrollo neoliberal que la derecha europea y sus agentes locales están imponiendo en el Sur de Europa. Las situaciones son difícilmente comparables, pero tienen tres características comunes: concentración de la riqueza, degradación de las políticas sociales (salud y educación) y corrupción política sistémica que afecta a todos los principales partidos implicados en la gobernanza y los sectores de la administración pública.
La frustración de los ciudadanos frente a la levedad de la clase política llevó a un viejo activista neo-gandhiano, Anna Hazare, a organizar en 2011 un movimiento de lucha contra la corrupción que ganó una gran popularidad y transformó las huelgas de hambre de su líder en un acontecimiento nacional e, incluso, internacional. En 2013, un vasto grupo de adeptos decidió transformar ese movimiento en un partido, al que llamarán el partido del hombre común (Aam Aadmi Party, AAP)
Este partido surgió sin grandes bases programáticas, para ir más allá de la lucha contra la corrupción, pero con un fuerte mensaje ético: reducir los salarios de los políticos electos, prohibir la renovación de mandatos, resolver el trabajo militante en voluntarios y no en funcionarios, luchar contra las parcelas público-privadas en nombre del interés públicos, erradicar la plaga de los consultores a través de los cuales los intereses privados se convierten en públicos y promover la democracia participativa como modo de neutralizar la corrupción de los dirigentes políticos. Teniendo en cuenta esta base ética, el partido renunció a ser clasificado de izquierda o derecha, dando voz al sentimiento popular de que, una vez en el poder, los dos grandes partidos de gobierno se diferencian poco.
En diciembre pasado, el partido concurrió a las elecciones municipales de Nueva Delhi y, para sorpresa de sus propios militantes, fue el segundo partido más votado y el único capaz de formar Gobierno. Este Gobierno fue una bocanada de aire fresco y en febrero, el AAP era el centro de todas las conversaciones. Tan consistente como su magro programa, el partido propuso dos leyes, una contra la corrupción y otra instituyendo el presupuesto participativo en el gobierno de la ciudad. Asimismo, exigió la reducción del precio de la energía eléctrica, considerado un caso paradigmático de corrupción política. Como era un Gobierno minoritario, dependía de los aliados en la asamblea municipal, así que, cuando se le negó el apoyo, dimitió en lugar de hacer concesiones.
Estuvo 49 días en el poder, pero su coherencia consiguió que viese aumentar su número de adeptos después de la dimisión. Perplejo, pregunté a un colega y amigo, que durante 42 años fuera militante del Partido Comunista de la India y durante 20 años miembro del comité central, qué le llevó a afiliarse al AAP: “Fuimos víctimas del veneno con el que liquidamos a los mejores de los nuestros, favoreciendo una burocracia cuyo objetivo era mantenerse en el poder a cualquier precio. Es tiempo de empezar de nuevo y como militante-voluntario de base”.
Otro colega y amigo, socialista y votante fiel del Partido del Congreso (el centro-izquierda indiano), me dijo: “Me afilié cuando vi al AAP enfrentarse a Mukesh Ambani, el hombre más rico de Asia y cuyo poder de fijar las tarifas de la electricidad es tan grande como el de nombrar y cesar ministros, incluyendo a los de mi partido”.
Sospecho que tarde o temprano va a surgir en Portugal el partido del hombre y la mujer comunes. Ya tiene nombre y muchos adeptos. Se llamará Partido del 25 de Abril. Cuarenta años después de la Revolución, será la respuesta política a quienes, aprovechando un momento de debilidad, destruirían en tres años lo que construimos durante 40. El 25 de Abril es el nombre del portugués y de la portuguesa común cuya dignidad no está a la venta en el mercado de los mercenarios, donde todos los días se vende el país. Será un partido nuevo que estará presente en la política portuguesa, tanto si se constituye como si no. Si se constituye, tendrá el voto de muchas y muchos; si no se constituye, tendrá igualmente el voto de muchas y muchos, en forma de voto en blanco.
Por una o por otra vía, el Partido del 25 de Abril no esperará por el próximo libro de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, en donde él explicará cómo el FMI destruyó el Sur de Europa con la connivencia de la UE.
Promover limitaciones a la concentración individual de riqueza
Cada vez son más las personas que comienzan a ver con claridad que la desigualdad económica extrema es un grave y creciente problema para nuestro futuro común. Cada vez son más las personas que comienzan a entender que es indispensable compartir con más equidad los recursos limitados del planeta para garantizar un horizonte de progreso, estabilidad social y sostenibilidad.
La desigualdad está alcanzando cotas escandalosas, y aún así continúa aumentando aceleradamente ante la pasividad de los gobiernos. Según datos recientes, quienes poseen más de un millón de dólares de patrimonio son sólo el 0,7% de la población mundial, pero acumulan el 41% de la riqueza del planeta. Por contra, la mitad de la población mundial ni tan siquiera reúne el 1% de la riqueza.
Ese reparto extremadamente desigual fomenta la pobreza y promueve que una élite de multimillonarios controle, directa o indirectamente -a través de consejeros y directivos con remuneraciones asombrosas-, las grandes empresas estratégicas, los gobiernos y los medios masivos de comunicación, a la par que impone su agenda, que básicamente consiste en abaratar la mano de obra y facilitar indefinidamente su propio enriquecimiento personal. Quienes disponen de riquezas exageradas pueden comprar voluntades políticas, desvirtuando la democracia y manipulando “los mercados” en su propio y exclusivo provecho. Debemos corregir ese riesgo innecesario poniendo un límite a nuestra propia ambición y también, democrática y pacíficamente, a la de tod@s.
Por ello creemos que sería una buena idea proponer una limitación legal a la posibilidad de enriquecerse estableciendo la cantidad tope, igual para todos, de 1 millón de dólares. ¿Acaso hace falta tanto para ser feliz?. El Parlamento Europeo está obligado a defender el bienestar de la ciudadanía, asumiendo su responsabilidad sobre el control de la escandalosa cota de desigualdad que nos invade.
Ahora bien. Deberíamos empezar por nosotr@s mismos para dar ejemplo. Imponernos una autolimitación en nuestros propios patrimonios personales es un paso indispensable si queremos disponer de la legitimidad necesaria para proponer esa limitación a otr@s. Por ello la creación de un registro público y oficial de autolimitación de la riqueza en una cuantía determinada sería necesaria. La cifra del millón de dólares hace referencia al punto de corte aproximado en el que se sitúa la élite del 1% mundial que más dinero (y por tanto poder) acumula. Esta es la casta que impone sus intereses de manera totalitaria al 99% restante. No podemos criticarlos con auténtica coherencia si previamente no declaramos de manera pública y verificable que nos negamos a formar parte de ese club.
NoMasDeUnMillon: Petición a los miembros del nuevo Parlamento Europeo