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mayo 4, 2018

¿Capitalismo o Democracia?

(*) A raíz de la crisis sistémica que afloró con fuerza hace ahora 10 años empezó a hacerse patente que el capitalismo y la democracia no podían funcionar juntos sin debilitarse mutuamente. Algunos grandes líderes de aquel momento hablaron sin ambages de la reforma del capitalismo, para hacerlo «sostenible». Cada vez más la «justicia social» y la «justicia de mercado» resultaban difíciles de conciliar. La mayoría de las sociedades humanas tienen una fuerte tendencia a mantener principios tradicionales de justicia social tales como que alguien que realiza un buen trabajo debe recibir a cambio una recompensa digna, que la gente no debería ser pobre por ser anciana, que cualquier ciudadano/a debe tener acceso a un médico si está enfermo, que el derecho a techo y a comida debe ser universal, que el empleo remunerado debe ser protegido contra los abusos de los propietarios o que debe haber una distribución equilibrada de costes y beneficios en una sociedad sana. Sin embargo la «justicia de mercado» se empeña, por el contrario, en cuestionar estos principios básicos, considerándolos implícitamente como un ataque poco razonable contra su propio conjunto de principios morales orientados siempre a la «legítima búsqueda del lucro individual».

El capitalismo y la democracia (o lo que es lo mismo, la razón mercantil y la razón política) interfieren entre si cada vez con mayor tensión. Cuando la lógica económica propia del capitalismo invade la política democrática extrae una «tasa de eficiencia» que hace aumentar el beneficio privatizado. Sin embargo esta misma lógica de «gestión tecnocrática» de la economía y «aumento incesante del beneficio» supone un evidente obstáculo para la satisfacción de las reclamaciones morales propias de cualquier sociedad democrática. Como consecuencia los gobiernos «avanzados» se enfrentan continuamente al dilema de una elección obligada entre dos opciones igualmente negativas para su propia supervivencia: o se pliegan ante los intereses de la lógica capitalista o satisfacen las demandas de justicia social que emanan de la ciudadanía a la que dicen defender.

La cada vez más difícil conciliación entre democracia y capitalismo hace a dichos gobiernos tomar decisiones que tienden a postergar en el tiempo la verdadera solución a esta gigantesca tensión contradictoria. Hagamos un rápido repaso histórico de este conflicto y veamos como la toma de decisión siempre ha supuesto una postergación del problema, su lanzamiento hacia el futuro, pero nunca su afrontamiento radical.

La crisis de beneficios de los años 70 se solucionó para el bando de los intereses corporativos propios del capitalismo con una alta tasa de inflación. Gracias a la presión de la banca privada el patrón dolar dejó de estar vinculado con el oro lo que permitió la libre creación de cantidades ingentes de nuevos dólares que flotaban libremente en los mercados sin anclajes tangibles en bienes reales. Como consecuencia los precios de las materias primas no paraban de subir. Ante esta situación y para dar satisfacción a los intereses del bando de la ciudadanía y su pulsión hacia la justicia social los gobiernos recurrieron a la deuda pública que se inflaba sin parar para poder seguir dando respuesta a la provisión de servicios públicos básicos para mantener el estado del bienestar. Ya en los comienzos del 2000 los grandes intereses corporativos presionan a los gobiernos para contener este aumento imparable de la deuda pública iniciándose, como mecanismo compensatorio, un nuevo ciclo expansivo de deuda pero en este caso privada. Empresas y particulares van a disponer de todo tipo de facilidades para recibir créditos blandos, prácticamente sin garantías. Los gobiernos así ganan tiempo para seguir caminando sin caerse por el cable de una democracia aparente sobre un capitalismo en dificultades. Ya en el 2008 la montaña de deuda privada insolvente comienza a desmoronarse teniendo que ser de nuevo los sistemas «democráticos» y sus gobiernos los que salgan al rescate de las entidades financieras privadas que tan alegremente concedieron créditos sin garantía de devolución en forma de dinero express creado de la nada a cambio de promesas vacías. El rescate bancario genera un nuevo ciclo expansivo ahora de nuevo de deuda pública (o lo que es igual, deuda privada socializada) que tenderá a socavar nuestro sistema compartido de protección comunitaria y la idea misma de democracia entendida como poder del pueblo para garantizar su propia soberanía política y la cobertura de sus necesidades básicas en cuanto a salud, pensiones, vivienda, educación, servicios sociales, etc. Ante esta nueva situación de recortes indiscriminados grandes masas de electores frustrados y atemorizados por la alarmante pérdida de derechos tienden a refugiarse en opciones políticas ultranacionalistas de carácter defensivo en un nuevo intento por buscar cierta cohesión social interna ante la amenaza de unos intereses corporativos globalizados muy poderosos… El péndulo entre democracia y capitalismo sigue oscilando pero la maquinaria del reloj cada vez presenta más signos de avería inminente.

 

La inflación artificial primero, la deuda pública después, la deuda privada, de nuevo la deuda pública, los recortes brutales de los derechos vinculados a un elemental concepto de la justicia social o el auge del ultranacionalismo político no son más que diferentes caras de un mismo poliedro. Distintas expresiones de un único fenómeno mutante que esconde soluciones aparentes a un problema de fondo no resuelto como es la contradicción irresoluble entre la política democrática, con su búsqueda inherente de la justicia social, y la economía capitalista con su tendencia natural a la maximización del lucro privatizado.

Solo una nueva lógica postcapitalista, con un nuevo modelo de economía basada en el bien común, anclada en el conocimiento exhaustivo de los recursos naturales realmente disponibles, en la sostenibilidad, en la responsabilidad con las generaciones futuras, en la autocontención, la autolimitación, el reparto y la justicia social propia de una política democrática nos permitirán afrontar el futuro de nuestras comunidades humanas con unas mínimas garantías de éxito.

(* Esta entrada es deudora, entre otros, del sociólogo aleman Wolfang Streeck y de sus ideas expresadas en numerosos libros, artículos y conferencias)

 

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