Es un hecho completamente constatable que la polarización de las rentas está en la raíz de una amplia gama de patologías sociales y psicológicas, desde la obesidad a la delincuencia violenta; desde las enfermedades mentales a la muerte prematura; desde la tasa de homicidios a la mortandad infantil; desde la adicción al juego a la dependencia de drogas, desde el índice de población reclusa hasta los embarazos en adolescentes; desde la baja autoestima a la falta de movilidad entre capas sociales. Los datos indican que no es la renta per cápita o el grado de austeridad material lo que ocasionan estas patologias, sino las diferencias entre los niveles de ingreso de los ricos y los pobres, es decir, la desigualdad dentro de cada sociedad. Una manera de medir el grado de equidad en la distribución del ingreso dentro de un país es el Índice de Gini. (Para disponer resumidamente de este índice y su evolución en muchos países del mundo puedes pulsar aquí.)
En el estado español dicha desigualdad, medida a través del índice de Gini, creció de forma desbocada en los últimos 5 años, fruto de las políticas cobardes, antisociales y profundamente sumisas con la plutocracia, de nuestros gobernantes. El dato no puede ser peor ya que es una antesala casi inevitable para la entrada creciente de las patologías sociales y psicológicas a las que antes aludíamos.
Por otro lado todo parece indicar que las sociedades más avanzadas en cuanto a bienestar material están alcanzando un tope de crecimiento que no será fácil rebasar, como muy bien nos muestra el ejemplo de Japón, un país en estado casi estacionario desde hace décadas. Parece claro que es el momento de que las políticas comiencen a centrarse en la justa distribución de los recursos disponibles, en la calidad de nuestras relaciones sociales y en el desarrollo armónico de nuestras interacciones con el resto de los organismos vivos, y no en el crecimiento imposible de nuestra producción de mercancías.
La lucha contra la desigualdad se convierte, desde un punto de vista científico, en la máxima prioridad política de cualquier gobierno que pretenda ayudar a construir una sociedad más fuerte y más sana. Este gran objetivo ha sido siempre el motor fundamental de los diversos socialismos que han existido en el pasado y el presente. Justo es decir que los caminos trazados y las fórmulas organizativas ensayadas han sido, en ocasiones, profundamente equivocadas porque algunos tuvieron la tentación de pensar que un fin loable podía justificar el uso de medios autoritarios. Pero la historia termina por enseñarnos que tanto el medio como el fin deben basarse en los principios irrenunciables de la justicia, la dignidad y los derechos para todos los seres humanos que forman los pueblos. El camino es muy difícil pero, desgraciadamente, los atajos nos conducen a destinos equivocados. La disminución de la desigualdad debe caminar siempre e indisociablemente unida a la disminución del autoritarismo, al aumento de la horizontalidad política y al máximo reparto de poder a la hora de trazar nuestro inevitable futuro común.
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