En Agosto de 1524, el cristiano Thomas Müntzer llegó a ser uno de los líderes de la sublevación que posteriormente fue conocida como la Guerra de los Campesinos. Uno de sus “gritos de batalla” fue Omnia sunt communia, o «todo es de todos», todas las cosas nos son comunes. Müntzer tuvo el valor de afirmar ante los príncipes que laicos y campesinos pobres vivían oprimidos bajo el yugo de gobernantes corruptos guiados por malos sacerdotes. Lo más destacado de su mensaje fue su interpretación revolucionaria del evangelio, llegando a la conclusión de que, cuando las autoridades no cumplen rectamente su papel, «la espada les será quitada». Thomas Müntzer fue un anarco-comunista religioso, uno de los peores crímenes que, antes y hoy, puede ser cometido contra el poder, como bien saben muchos teólogos de la liberación.
Müntzer no se limitó a predicar: fundó una organización clandestina revolucionaria y finalmente el 7 de agosto se unió a la rebelión de los campesinos. El 15 de mayo de 1525, en la batalla de Frankenhausen, al menos 6.000 campesinos perdieron la vida aplastados por el poder combinado de los príncipes, los banqueros y los terratenientes. Müntzer fue capturado, azotado, torturado y decapitado el 27 de mayo de 1525.
Su ejemplo no obstante ha servido de impresionante testimonio a numerosas comunidades pacifistas y anarco-religiosas diseminadas hoy por todo el mundo. Su mensaje y su lucha entronca con otros movimientos revolucionarios espiritualistas (cristianos, islámicos, judáicos, budistas, hinduístas) ferozmente perseguidos por el capitalismo de los príncipes, banqueros y terratenientes que aspiran a seguir conservando sus privilegios cinco siglos después.